En Rosario, Argentina.
El hombre que está sentado frente a mí, en el bar de esta estación de servicio en las afueras de la ciudad de Rosario, en este día de semana a las cuatro de la tarde, es lo que solemos llamar: un narco. Pongámosle que su nombre es Nicolás.

Nacido y criado en esta ciudad, ha cruzado ya el meridiano de los 50 años. Durante 35, Nicolás fue plomero, electricista, mecánico, herrero. Por la herrería siente un gusto especial. Es alguien que se pasó una vida poniendo rejas hasta que se volvió hábil en evitarlas.

Cuando alguien como él decide hablar con un periodista a grabador abierto es porque ha alcanzado un punto del camino en el que se siente hecho, lo que inmediatamente después lo hace sentir seguro.

Más brutal y descarnado es el punto que ha alcanzado la violencia narco en la ciudad: en 2023, según datos oficiales, 181 personas fueron asesinadas en contexto de guerra de bandas y sicariato, sin embargo los últimos homicidios a sangre fría de personas comunes, sin vínculos con el narcotráfico, ha alcanzado su objetivo: producir terror social. El video de un joven que se acerca a una estación de servicio y ejecuta de tres tiros, uno en la cabeza, al playero Bruno Bussanich dejó en shock a la Argentina a inicios de marzo.

Nicolás comenzó comprándole 1,5 gramos de cocaína a un amigo que vendía para revendérsela a otro amigo que tomaba. Después compró unos 10 gramos. Después 20. Después 100. Después 200 gramos. Hoy es un proveedor de gama media que trabaja un promedio de entre siete y doce kilos.

En casi dos horas de conversación, Nicolás no dirá ni una sola vez la palabra cocaína. Dirá “esto” y levantará con la mano el rectángulo de las servilletas, que se parece a un ladrillo, para después volver a dejarlo en el mismo lugar. “Esto”, dirá. Y los dos entenderemos.

Nicolás se piensa a sí mismo como un hombre de negocios y su estampa contradice todos los lugares comunes que las rabiosas narrativas del presente usan para dibujar la silueta del narco. No tiene tatuajes, ni piercings, ni cadenas, ni anillos. No tiene redes sociales ni ostenta el lujo de una súper 4×4. Es un señor de chomba blanca, no necesariamente de marca, con un jean y unos zapatitos marrones con suela de goma. Nadie que buscara un traficante de drogas pondría el ojo en él. No necesita esconderse porque está entre normales vestido de normal. Así es como se volvió invisible.

—¿Por qué entraste en esto?

—Por plata. Quería hacer plata.

—¿Nada más?

—Bueno, ahora que ya la hice podría retirarme, pero me gusta ganarle al sistema. Yo corono y me siento feliz de la vida. Ya no es la guita. Es coronar.

—¿Qué significa “coronar”?

—Que te salga el negocio. Encarar, hacerla y que te salga.

—¿Cuánto gana un tipo como vos?

—Mirá, hay tres pasos. El primero es ir a Buenos Aires a comprarla y traerla. Allá la pago 3300 dólares el kilo y acá lo vendo a 6000. Ya le ganaste dos lucas setecientos al entero. Si te traés seis, siete kilos, que es el promedio, ya hay una moneda en venir, nomás.

—Siete por 2700 son 18.900 dólares. ¿Eso ganás con un viaje?

—Sí, es el promedio.

—¿Todos hacen eso?

—Naah. Los grandes de verdad compran acá a 50 kilómetros, en los pueblos. Esa llega de Paraguay en avioneta y se negocia por tonelada. Pero de esos compradores hay tres, nomás.

—¿Dónde la comprás?

—Villa Celina. Ahí puede ser paraguaya o también boliviana, y llega por tierra.

—¿No hay cocaína argentina?

—No, acá no se fabrica.

—O sea, el negocio es todo un pasamano.

—Exacto. Y se va encareciendo según la vas cortando.

—¿Qué hacés cuando llegás a Rosario con los seis, siete kilos?

—El segundo paso es distribuir eso entre tus clientes grandes. A ese se lo das entero, como la trajiste, y el tipo le suma mil dólares al paquete. Es el segundo eslabón que, a su vez, reparte de a 50 gramos, de a 100 gramos, entre los bolseros. Yo hago las tres cosas.

—¿Las tres?

—Claro. Uno: la voy a buscar y la traigo. Dos: vendo los enteros. Tres: lo que no lo vendo, lo corto y armo las bolsitas.

Cocaína incautada por Aduana

Cocaína incautada.

Foto: Aduana.

—Son tres negocios distintos.

—Sí, porque no todo es ganar guita. Un bolsero compra el gramo en 5, 6 dólares. Y lo está vendiendo a 13, puede llegar hasta 15 dólares. Esos márgenes, a mí, te imaginarás, no me mueven la aguja. Pero entonces ¿por qué vendo minorista si me la traje mayorista? Porque en mi cartera de clientes tengo gente que es muy linda, muy importante. Una pareja de filósofos, que me invitan a su casa como si yo fuera de la familia y es un placer escucharlos. Abogados. Gendarmes. Gente del poder judicial.

—Contactos.

—Sí, pero dicho así suena muy frío, y yo disfruto de conocer personas interesantes, porque me dan otra cosa. Tener una charla como esta, con vos, una charla que me enriquece y que no puedo tener con la gente para la que trabajo, ni con la que trabaja para mí, tiene un valor. El negocio sirve también para esto, para que vos y yo nos encontremos, porque vos no vas a entrevistar a un herrero. Me venís a entrevistar a mí.

—¿Qué es la guita para vos?

Nicolás piensa. Saca una servilleta del servilletero. Sostiene el papel en el aire con la punta de los dedos. Lo mira. Lo deja caer. Dice que ya no significa nada.

Nicolás nació en el centro de Rosario. Es nieto y bisnieto de policías. Su bisabuelo murió en un enfrentamiento. Hijo de carpintero y encargada, fue a los colegios industriales. A los 14 iba con su papá, los dos en la misma bicicleta, él atrás, cuando en la zona de La Florida vio las casonas que se levantan en el alto de las barrancas, frente al río. Su papá pedaleaba y Nicolás le dijo: “Un día te voy a comprar una casa de estas, pa”. Dice que no llegó. Que su éxito es agridulce porque hizo plata, pero la hizo tarde. Le pregunto si tiene algún remordimiento por dedicarse a lo que se dedica. Dice que no, que ya me va a explicar por qué.

—¿Qué otros clientes tenés?

—Gente de la municipalidad, dueños de discos que me invitan a los vips, de todo. Son contactos con los que yo genero un vínculo. Yo siempre lo comparo con el sexo. Generás un vínculo muy rápido y muy directo. La persona que consume, o por lo menos a mí me pasa eso, te toma como alguien de su familia, o sea, tienen como un cariño hacia vos porque a veces te ven todos los días, o día por medio.

—Claro, sos el que les vende “eso”.

—Yo conozco corredores de autos y voy a las carreras y me siento en el vip a tomar un café y todos me miran y dicen ¿este quién es? En ese momento, me siento diferente a los demás. Me siento alguien especial. Quizá, ahora, hablándolo, es cariño lo que busco haciendo esto, porque eso me hace sentir muy querido. Hay corredores que me invitan a subir al auto, a dar vueltas por la pista, y yo me siento halagado.

—¿Aceptás?

—En general, no. A los dueños de los boliches tampoco les acepto. No me mueve para nada ese mundo.

—¿Tomás (cocaína)?

—Jamás tomé. No le conozco el sabor.

—No te hiciste adicto.

—A tomarla, no me hice. Pero ojo porque hay otras formas de ser adicto. Yo soy adicto al negocio.

—Ah, cierto. Coronar.

—Claaaaro.

—¿No sentís miedo de caer preso un día?

—No, con miedo no se trabaja. A veces entra un pibe nuevo y yo lo veo inseguro, lo agarro y le digo: si tenés miedo vas a hacer cagadas. Lo mejor es que te retires porque el miedo, en la calle, se ve.

—¿Y cómo se lo toman?

—Y… no te dicen nada porque ahora todos quieren ser valientes, todos creen que eso es algo enaltecedor. Para mí, más valiente es el que roba un blindado, o el que asalta bancos. Hay que tener muchos huevos para agarrar el fusil y entrar en una sucursal. Esto, en cambio, es algo de maricones. Agarrás esto (nuevamente toma el servilletero, lo alza, lo vuelve a dejar donde estaba), lo tenés ahí escondido un rato y lo llevás a otro lugar. Es una boludez, ¿me entendés?

Tiroteo a supermercado en Rosario.

Tiroteo a supermercado en Rosario, Argentina.

Foto: AFP.

—¿Cómo son los pibes que trabajan con vos?

—Yo los cuido, les doy las cosas, pero ellos no quieren crecer. El Rana es mi mano derecha. Un pibe al que todas las semanas le llevo, todas las semanas me rinde. El otro día voy a buscar la plata y me dice: “Te tengo que decir algo, me gasté toda la plata en el casino”. Entonces resulta que ahora El Rana me debe 6.000 dólares.

—¿Qué?

—Ta bien, me va a pagar, la va a volver a hacer, pero al final nunca arranca. Son pibes que la ganan para gastarla, y para mostrar cómo la gastan. No ahorran, no crecen. Han perdido el sentido común. Yo no te digo que tenga la picardía de gangster: sentido común, les pido.

—¿Qué sería el sentido común en este negocio?

—Vos tenés que saber que siempre puede pasar algo. Te roban, se pierde, te agarra la policía. Diez mil cosas pueden pasar. Mínimamente, tené un auto, buscate un respaldo. El auto sale 15 lucas, sale 10, sale 9, a vos te pasó algo y entregás el autito. Hay pibes que andan con cinco paquetes… ¡cinco paquetes son 30.000 dólares! ¿Y qué tenés si te llega a pasar algo? Laburan sin red, las cosas salen mal y después vienen los muertos.

—¿Por qué decís que los pibes se mueven sin red?

—Porque no les interesa el negocio, les interesa el cartel. Siempre están haciéndose un tatuaje nuevo, o comprándose una cadena de oro más gruesa que la que ya tenían. Si el negocio te pide discreción y vos hacés todo lo contrario, vos faroleás, y bueno, entonces no es el negocio lo que te importa.

—Pero esos pibes sí usan lo que venden, Nicolás. ¿Podés venderla si la tomás?

—Yo creo que no. Los número uno que yo conozco, ninguno la usa. Los bolivianos son borrachos, pero está perfecto porque ellos no venden alcohol. Y los paraguayos tampoco. Yo he viajado a Itapúa y no ves a ninguno consumiendo.

“El narco de esta generación se siente intocable”.

¿Por qué “reventó” en Rosario y no en Córdoba o en Buenos Aires? Dice Nicolás:

—Porque acá en Rosario se trabajó mucho tiempo con el poder político y con la policía, y se perdió el respeto. El policía te quiere detener y vos lo mirás a él como diciendo: qué hacés, si yo te estoy pagando. Yo le pago a tu jefe. El narco de esta generación se siente intocable y es soberbio.

—¿Cómo era el de las generaciones anteriores?

—Antes, cuando uno de los nuestros hacía algo indebido, los jefes lo agarraban, lo cargaban en una chata, lo cortaban en pedacitos y lo tiraban. Y como el resto veía eso, se cuidaban.

—¿Pero no es más así?

—No, acá el caco se volvió muy arrogante. Vos me preguntás ¿por qué en Rosario? Y porque acá no les gusta que les digan lo que tienen que hacer. En otras provincias tienen más criterio. Dicen: “no, ¿sabés qué? Eso no nos va a servir, ni a vos ni a mí. Porque nos vamos a terminar matando. Vos me vas a matar a mí, yo te voy a matar a vos. No lo hagamos, paremos acá”. No es un problema de drogas esto. Es un problema de marginalidad.

—El narcotráfico produce muertes, no solo en Rosario, en todo el mundo. ¿Cómo sería un tema de marginalidad?

—El caco, el villero de ahora, es distinto a nosotros. Son malos. Son sádicos. Vos dale esta cosa (una vez más, toma el rectángulo de las servilletas, lo levanta y lo coloca otra vez sobre la mesa) y es peor. Vos fijate en Crónica TV. A la gente normal que le matan un hijo, no puede ni hablar. Al caco le matan un hijo y no llora. Dice “lo vamo’ a ir a matar a este, al otro”, busca venganza. La gente normal lo entierra, se queda en su casa, no se recupera nunca más. Ellos entran a los tiros.

—Hoy despliegan fuerzas de seguridad para combatir el narcotráfico. Y difundieron imágenes “estilo Bukele” con requisas a presos.

—Yo, conociéndolos a los muchachos como los conozco, cuando vi la foto que el gobierno salió a exhibir de la cárcel, dije: los pincharon y estos ahora van a saltar. Y saltaron.

—¿Cómo que los pincharon?

—Claro, los pincharon para que la repartan, para decirles: acá mordemos todos o esto termina así.

Una requisa en una cárcel cerca de Rosario en marzo de 2024.

Una requisa en una cárcel cerca de Rosario en marzo de 2024.

Foto: Gobierno de Santa Fe.

—¿Te sorprendió la fuerza con la que saltaron, esto de ir y matar un playero así, pum, de una?

—Sí, sí. Eso es perder todos los códigos. Arreglate con el que tiene el problema con vos, pero eso es romper la última barrera que quedaba, que es meterse con la gente. Eso, no. Hay un antes y un después, de esto que pasó.

—¿Quién mató al playero?

—Se dice que Los Menores, la banda de Empalme Villa Constitución.

—¿Cómo está distribuido el negocio hoy en Rosario?

—Setenta por ciento Los Monos y treinta el Esteban.

—¿El Esteban?

—Alvarado, Esteban Alvarado. Los demás no existen. Hay miles de bandas, pero son chiquitas.

Aislamiento total para Guille Cantero después de declararse bisexual

La noticia se conoció esta semana. La justicia argentina, por pedido de la fiscalía federal de Primera Instancia N° 1 de Morón, le prohibió a Guillermo Cantero y a su primo, Luciano Cantero, detenidos en el penal de máxima seguridad de Marcos Paz, el uso del teléfono público del establecimiento y el contacto con toda persona que no sean sus abogados designados. Los dos líderes de la banda Los Monos quedaron en situación de máximo aislamiento, después de que se les verificara una triangulación telefónica con familiares para ordenar acciones desde la cárcel y de que “Guille” Cantero se declarara bisexual para poder tener encuentros con subordinados de su organización utilizando el derecho a las visitas íntimas.

El fallo del juez establece lo siguiente: “El más elemental sentido común impone a esta judicatura la adopción de novedosas estrategias encaminadas a un objetivo común y que no es otro que restablecer la paz y tranquilidad social que se ven seriamente amenazadas, cuando la comisión de estos delitos se siguen pergeñando, direccionando y ejecutando desde el interior de un establecimiento carcelario”.

A los 22 años, Nicolás se puso de novio con una chica judía. Estuvo a nada de irse con ella a vivir a un kibutz de Tel Aviv. Ella fue, pero él al final no la siguió. Todavía vivía en el centro, pero de golpe se encontró soltero y encaró para la villa. Fue su primer contacto con el mundo marginal. Antes de traficar cocaína, lo intentó con marihuana, pero fracasó. Dice que solo sus jefes ganaban dinero. Que él se movía y se movía, pero no hacía márgenes significativos. Lo dejó y volvió a la herrería.

Y ahí empezó a hundirse nuevamente en los problemas económicos hasta que compró ese primer gramo y medio. Dice que, si las autoridades de verdad quisieran terminar con el narcotráfico, en una semana lo terminan.

—¿Una semana? ¿Cómo lo harían tan rápido?

—Usando lo poco que tienen, que es la policía. Ellos saben quiénes somos y dónde estamos, eh. Saben quiénes son los proveedores. Estamos todos, en esa lista. Y esa lista existe.

—¿Quién la tiene?

—Inteligencia de Gendarmería. Pero nadie quiere terminar con esto, realmente. La sociedad está diagramada para que este negocio continúe. Como negocio, es insuperable.

Operativo policial en Rosario

Patricia Bullrich, ministra de Seguridad, en Rosario.

Foto: La Nacion/GDA

—¿Cómo es un día tuyo?

—Yo soy un enfermo de mis propios protocolos. Si tengo que levantar un pedido, primero miro sin mover la cabeza. Muevo los ojos, no el cuello. Después doy veinte vueltas, me meto en un garage con otros 200 autos, espero dos horas y vuelvo a salir tranquilo. O sea, yo me tomo el trabajo.

—¿Qué hacés cuando lo levantaste?

—Hay que estar en rojo, como lo llamo yo, el menor tiempo posible.

—¿Qué es estar en rojo?

—Estar con el paquete encima. Si te pillan justo ahí…

—Ahí caíste.

—Sí, igual… arreglás. O tenés un buen abogado. Pero lo aconsejable es que, entre que recibo “esto” y lo suelto, pase el menor tiempo posible.

—¿No todos cuidan eso?

—Algunos, para nada. El otro día M (dice eme, la letra eme, literalmente) estaba esperando veinte paquetitos, de un peruano. Y el tipo no llegaba. M lo llamó. El tipo le dijo que llegó hace rato, pero que se peleó con la mujer porque no lo dejaba salir y que recién había llegado de capital y no sé qué. Que tenía las cosas en el auto, le dijo. ¡En el auto! Y que había dejado el auto en una esquina. El auto en una esquina jamás, siempre a mitad de cuadra, porque a mitad de cuadra te lo mira uno o dos que pasan y en una esquina te lo ve todo el mundo.

—¿Qué hizo M?

—Podés creer que se pidió un taxi, un viernes, a las doce de la noche. Las cosas ni siquiera estaban encaletadas.

—¿Qué significa eso?

—Los autos tienen compartimentos, para esconder el bulto. Este había dejado todo ahí abajo, como quien se deja la campera. Y M se volvió con todo encima en otro taxi. Así no se hacen las cosas.

—¿Cómo se hacen?

—El caco se cree que la noche lo oculta y es peor. Vos tenés que hacer el viaje a las dos de la tarde, entre la gente. Si vas a salir a la ruta, aprovechar cuando hace mucho calor para que los perros de la policía estén bien cagados de sed y no huelan nada. Tuve un cliente que entrenaba perros y me enseñó cómo desorientar al animal. No hay en la Argentina una persona que entrene bien a los perros. El perro detector argentino no sirve. Hay un solo tipo, en Salta, casi en la frontera, que ese sí los entrena bien.

—¿Qué otras cosas son claves para llevar droga por la ruta?

—Saber sostener una mirada. Tengo un amigo gendarme que te mira y sabe. El tipo te para en la ruta, te miró, vos le pestañás o corriste los ojos para un costado, listo, te baja del auto.

—¿Se practica esa mirada?

—Yo les enseño a los pibes, se tienen que convencer en su mente de que viajan sin carga. Se tienen que creer la mentira para que no se les vea en los ojos.

—¿Tenés hijos?

—Sí.

—¿Saben lo que hacés?

—No, pero los grandes ya sospechan.

—¿Qué pasa si siguen tu camino?

—No, no quiero. Yo les digo que tienen que ser gente normal. Vos me preguntabas si tengo remordimiento. Y no, porque yo no soy normal. Yo soy delincuente.

De la hidrovía a la historia: lo que une a Montevideo con Rosario

¿Por qué Montevideo no sería la próxima Rosario narco en cinco o diez años? Veamos,las dos ciudades comparten historia: ambas fueron parte del proyecto federal que el mitrista centro porteñista rehusó. Ambas comparten fisonomías culturales: se parecen más entre ellas de lo que ninguna de las dos se parece a Buenos Aires. Comparten carácter, semblante, constitución demográfica y proyecto de integración. Las dos tienen intendencias de izquierda. Pero especialmente, habría que decir muy especialmente, Rosario y Montevideo comparten salida al mundo, ruta de exportación. Hermanadas en tantas cosas, se hermanan también en la hidrovía.

La hidrovía Paraguay Paraná es una ruta fluvial de 3400 kilómetros de largo que atraviesa Bolivia, Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay. Estos mismos países firmaron en 1994 el Acuerdo de Transporte Fluvial que, entre otras cosas, dispone que los barcos y sus cargamentos sean revisados únicamente en los puertos de partida, y no en los de tránsito. En los picos de la cosecha, la hidrovía alcanza un tráfico de 300 barcos por día. Se calcula que una de cada tres naves no son auditadas ni controladas.

Hidrovía Paraná Paraguay

Hidrovía Paraná Paraguay

Foto: archivo

La localidad paraguaya de Pedro Caballero, los puertos argentinos de Zárate y Rosario, y el uruguayo de Nueva Palmira enhebran, para los algunos especialistas, una ruta limpia con salida directa al resto del mundo y llegada a Europa y África.

Lo del inicio: el periodista argentino Germán de los Santos, autor de Rosario: la historia de la mafia narco que se adueñó de la ciudad, lo ve claro. Hace un tiempo dijo a El País que Montevideo, por el tipo de violencia creciente, “empezó a mostrar algunos síntomas similares a los que surgieron en Rosario hace una década”.

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